Patriotas del hambre

vergüenza

No tenéis patria, sencillamente porque no tenéis ni en qué caeros muertos”.

Ricardo Flores Magón, “A los Patriotas” (en Regeneración), 17 de junio de 1911.

¿Cómo se puede hablar desde Canarias y no hacerlo de independencia? La independencia, la autonomía (literalmente: regirse por las propias normas), no es sólo lo más deseable, sino la única forma de subsistencia digna de un grupo o individuo.

No poca gente vive geográficamente enajenada. No hay nada más absurdo que escuchar algo que se repite en muchos rincones de las Islas, que chirría hasta en boca de un turista, y que proclama que: “estamos en España”. No existe realidad más palmaria que la que afirma que las Islas Canarias son unas islas norteafricanas. No se puede luchar contra la geografía. Mucha gente desconoce completamente todo lo que ocurre en un continente que tiene a pocos kilómetros, pero se siente parte de otro que está casi a la misma distancia que las Azores. Quizás muchos no lo crean, pero la abstracción “España”, liberticida como pocas, está condenada a desaparecer. Sólo esperemos que en su larga agonía desista de morir matando. Pero esto es altamente improbable.

Sin embargo, quienes no entienden en qué coordenadas del Atlántico se encuentran las Islas Canarias no tienen las cosas más claras que los que creen que han levantado la mascarada.

El nacionalismo canario hizo una fuerte labor propagandística en los 70 y 80. Caló en el imaginario colectivo, y eso hay que reconocérselo. Curiosamente, contaba con una peculiaridad con la que no contaban ni el nacionalismo vasco (Arana), ni el catalán (de la Riba), ni el gallego (Castelao, en sus inicios mauristas): el principal defensor del independentismo canario, Secundino Delgado, no era conservador, como el resto, sino auto declaradamente libertario.  Esto podía facilitar que un pueblo que, en los estertores del franquismo declarado (ahora tenemos el franquismo “diferido y simulado”, como los finiquitos), empezaba a reivindicar la figura de Degaldo, fuera permeable a un mensaje y una praxis de corte anarquista.  

Algunos proyectos contraculturales de la época demostraron que cierta parte de la juventud lo entendió así, pero los grandes popes del nacionalismo y el patrioterismo canario se encargaron de que el socialismo libertario quedara camuflado. A un pueblo que tenía reivindicaciones reales y concretas, de pan y sal, de libertad integral y soberanía económica, le ofrecían superchería folclórica y lugares comunes. El nacionalismo y el patriotismo siempre se han caracterizado por su miopía, su estrechez de miras e intereses mezquinos. Siguen a rajatabla la máxima que Lampedusa hizo famosa en El Gatopardo (1958) e intentan que “todo cambie para que todo sigua igual”. Que el mismo perro, cambiando el color y las franjas del collar, siga oprimiendo al mismo pueblo. Acabaron, en definitiva, representando lo que su mistificado Secundino Delgado ya advertía en su  póstumo ¡Vacaguaré! (Vía Crucis…) (1905) cuando decía: “he observado que la fe, en ideales, sólo la poseen […] los anarquistas. Los demás obran como comediantes”.

Vistas así las cosas, la mayoría de la gente, a día de hoy, entiende cosas bastante distintas, y contrapuestas entre sí, cuando habla de independencia. La mayoría quieren sólo una independencia parcial. Y la libertad a medias no es más que esclavitud velada.

Muchos entienden la independencia exclusivamente como la soberanía de una comunidad humana con respecto a otra, pero muy pocas veces como la soberanía de los miembros de esa comunidad humana con respecto al Estado o a quienes quieran dirigirlos; casi nunca como soberanía económica integral, como autogestión; jamás como la soberanía personal del individuo con respecto a la comunidad que le ha tocado en suerte.

Nos hablan de independencia política y cultural, pero de qué nos sirven éstas si económicamente seguimos siendo súbditos de una potencia invasora: el capitalismo, el trabajo asalariado, el empresariado, el caciquismo rural. Y esta “invasión” no viene más de fuera que de dentro.

Con el término godo se califica zahirientemente al obrero de la construcción gallego que viajó a Gran Canaria con la promesa de descuernarse en una obra y que ahora, descubierto el engaño, duerme entre las barcas de La Puntilla esperando a que su familia le mande un dinero que no tiene; mientras, José Cristóbal García (Secretario General de la Confederación Canaria de Empresarios), Gustavo Santana (Secretario General de CCOO en Canarias) o Juan José Cardona (Alcalde de Las Palmas de G.C.) son paisanos, compatriotas. Yo no sé ustedes, pero si las razas existieran la mía sería la del gallego (o la del senegalés que carga bloques, o la de la ecuatoriana que cuida ancianas, o la del chino que malvive vendiendo rosas y sombreros), y no la de tan ilustres canarios. Aunque para algunos la escoria tenga pedigrí, la realidad es que no tiene certificado de origen y a veces la mayor basura está acumulada en el portal de la propia casa.   

Con el pretexto de la endofobia hemos abierto las compuertas del chovinismo y la más vergonzante autocomplacencia. “Todo es bueno si es del país, si es de la tierra”; aunque quienes esto afirmen lo hagan sin que les pertenezca un centímetro de ese suelo del que están tan orgullosos. Como decía Magón: “se enseña al niño a venerar un trapo de determinado color al que hay que defender, aunque no se tenga un palmo de tierra de la patria” (“A los Trabajadores Mexicanos” [en Regeneración], 1 de julio de 1911).

He visto a una niña vomitando, después de innumerables arcadas, de puro asco, mientras ella y sus padres revolvían en la basura de unos de esos supermercados que por cierto fundaron en su  día los esclavistas hermanos Domínguez (parece que si el colono proviene del “interior” explota menos). He visto familias de cuatro, cinco, seis miembros, acomodándose en una casa abandonada, semi derruida (no se les pudo encontrar otra cosa), antes de elegir el banco de un parque. ¿Qué patria tiene esta gente? ¿Con qué bandera se consuelan? Hoy por hoy el “hecho diferencial canario” no es la insularidad, sino el paro y el hambre.

Podemos argüir que eso es fruto de la colonización exterior, pero muchos de los imperialistas que empobrecieron a esas familias nacieron (como sus abuelos, bisabuelos, etc.) en Guía, Las Palmas, Telde, Agaete, Arinaga o Teror. A mí, y a esa gente, nos han explotado desde dentro y desde fuera, y no nos duele más una bofetada porque nos la dé un extraño que un vecino. El imperialismo y el colonialismo son fenómenos capitalistas, y los capitalistas, como los carrancios, se reproducen y extienden por todos lados. Ellos sí que no entienden de fronteras.

Podemos hablar de colaboracionistas, de cipayos, de traidores, pero nadie es más colaboracionista que el que ofrece folclore y “orgullo nacional” a quienes necesitan pan y techo. Hay gente, al borde de la desnutrición y el desahucio, a los que no les importa que les digan nosotros o vosotros; sino que les digan nosotros comemos, ustedes ayunan; nosotros mandamos, ustedes obedecen.

Muchos se olvidan de que, parafraseando a González Prada, amar incondicionalmente a la patria no es sólo inocuamente encariñarse de las playas y las montañas, y de la buena gente que las habita; significa también ignorar al chivato que te vende, al policía que te agrede, al juez que te condena, o al empresario que te explota tan sólo porque sean hijos de tu misma tierra.

No existe independencia real si no hay una verdadera emancipación económica. Crea todas las instituciones políticas de cuño propio que quieras, desarrolla toda la cultura autóctona que desees, y mientras la gente siga siendo económicamente dependiente, individualmente sometida, no habrás conseguido nada. Instituciones libres y un pueblo esclavo.   

Personalmente, concibo la Isla de Gran Canaria, si un futuro revolucionario fuera factible, como una comuna independiente y autónoma, con respecto al resto de comunas (sean otras islas, penínsulas o continentes), repleta a su vez de otras comunas municipales y locales. Todas ellas soberanas de federarse o desfederarse cuando gusten, entre ellas o entre otras. Y ambiciono la misma independencia para el individuo, a fin de que pudiera –parafraseando a Han Ryner– maldecir los crímenes e injusticias que llegaran a cometerse en esa misma porción de tierra, sin que su criterio quedara limitado por ningún supersticioso amor a la patria ni por ninguna obediencia ciega. Esto es también lo que deseo para el resto del mundo, no sólo para una fracción del planeta. Pero para todo eso antes hace falta que el pueblo reconquiste y tome la misma tierra que trabaja o que contempla a lo lejos, abandonada.

Puede que los “europeos civilizados” puedan hablar de tener patria; aquí, en el Norte de África, no tiene sentido hablar de patria cuando lo que necesitamos es tierra.

 

Ruymán F. Rodríguez

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Una respuesta a Patriotas del hambre

  1. Lluís dijo:

    felicidades por el artículo. salud.

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